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La doble fondo




Esta es la historia de un malparido. Pero de un remalparido pues. Nos descuadró a todos y no pudimos hacer un culo. Todavía me duele.


Eso fue como en el 93. Yo estaba radicado en Cali y mi negocio era sencillamente hermoso. Tenía como tres camionetas de esas con planchón. Viejas pero finas. Una color verde y las otras dos negras que ya parecían moradas de lo viejas. La particularidad de una de estas, la verde, es que era doble fondo: Vos le quitabas el planchón y quedaba todo el espacio para llenarla de cosas. O mejor dicho, de dólares. Es que para que te voy a hablar mierda si esa era mi negocio: recibir dólares y devolver pesos. Como una casa de cambio móvil, a domicilio y con garantía. Éramos profesionales.


La cosa era sencillísima. Yo mandaba esa camioneta a Puerto Asís, Caquetá, un pueblo sobre el amazonas al sur del país por donde entra lo divino y lo humano. Un pueblo rodeado por cultivos de coca, laboratorios de perico y burdeles donde podías pagar con drogas, cuatro tipos de divisas o con favores. Un pueblo donde la guerrilla, los paras y el ejército jugaban billar juntos y al otro día se daban bala como todo pobre.


Allá en Puerto Asís me esperaba la camioneta un man. Digamos que se llamaba Carlos como por no dejar. Carlos trabaja con todos los cocaleros y narcos de la zona, a todos les caía bien porque era un man de palabra, cumplido, buena gente e iba a lo que iba. El cogía la camioneta, la llenaba de dólares en el doble fondo y me la mandaba para Cali. Yo en Cali la recibía, cogía los dólares, y con mi gente la convertíamos en pesos y se las devolvíamos por una comisión alta a cambio de nosotros asumir todo el riesgo y garantizar que si se perdía algo más allá de Caquetá, pues respondíamos.


¿Qué cómo convertíamos en pesos toda esa plata? Eso no es tu problema. Solo digamos que en San Andresito la gente necesita dólares baratos, tanto para el que va a viajar a los estachos como para el que compra mercancías en el exterior.


Pero bueno, el hecho era que todo iba de maravilla. Y la verdad es que funcionaba porque tenía un trabajador que era una máquina. Ese marica ni dormía, se pegaba ese viaje de doce horas de un solo jalón. Un man juicioso, sano; lo conocían en la zona y se sabía las trochas. Era un flecho. Cero vicios, cristiano y más buena gente que un delfín. Como el viejo Nando ninguno pues.


Pero todo se fue de culo un día que coronamos un viajado como de quinientos palos y yo le di un aguinaldito al hombre. El güevon ese es tan de malas, o somos tan de malas, que se fue a celebrar Éxtasis con una hembrita que tenía del Guabal. Ese sitio es el típico grill de Cali, un chuzo ahí en el sótano de la Beneficiencia del Valle donde las mesas son contra la pared y todo está lleno de espejos. Puro visajoso.


El viejo Nando estaba sano en su parche, bailando pegado con ese bizcocho de culicagada que tenía. Seguramente la estaba apretando mientras sonaba Niche, cuando llegaron dos pintas y agarraron a bala a un man que le decían Aleteo. Un pelado ahí que quedó en silla de ruedas y que era trabajador de Pacho Herrera. A Nando le cayó un tiro en la cadera y otro en la rodilla. Quedó cojo y ya no me podía manejar.


Yo todo preocupado empecé a preguntar entre los amigos quién me podía recomendar alguien para camellar. Eso no era un trabajo duro pero a mucha gente le daba miedo la zona, le daba pereza o sencillamente no eran confiables. Porque eso sí, necesitábamos a alguien leal porque yo pa’ braviar soy más bien flojo.


Por allá en una rumba un muy buen amigo me recomendó a un man.


- Ve viejo Tavo, yo tengo por allá un montador en la pesebrera que le dicen Zapato Morado. Ese man necesita plata y a mí siempre me ha respondido. Un man bien, si me entendés? Ponelo a trabajar a ver con qué sale


Yo dentro de mi pensadera le contesto:


- Vos enserio me estás recomendado un marica que le dicen Zapato Morado? No seas hijueputa!


El man era un pelado de Jamundí que se dedicaba a montar caballos y compravender carros. Le decían así porque siempre andaba con una pintas todas boletas y unos zapatos morados que me mareaban. Brillaban y me traían estresado; yo no sé si es que era de la buena suerte o sencillamente tenía un gusto del carajo. A la final le dije que sí, ya no podía del desespero.


Comenzamos a camellar y el man respondió. Uno viaje, dos viajes, tres viajes seguidos se jaló el marica ese! Todo llegaba intacto, no faltaba un peso y a Carlos le generó confianza y pues yo me tranquilicé. Sin embargo, nadie sabía que el tal Zapato Morado tenía su guardado. Malparido, aunque este no es el malparido mayor.


Un día estábamos celebrando un cumpleaños en la pesebrera del amigo que me lo recomendó, y pues Zapato Morado estaba ahí. Yo ese día me había traído una hembra de Mondomo, un pueblo por allá del Cauca donde no pasa nada y sobre donde no hay nada que decir. Estuvimos ahí tomando, montando caballo y hablando mierda. Por allá en un rincón hasta unos caballistas estaban como juntando una plata para mandar unos cosos para arriba, pero pues yo con eso si lejitos. Yo no era traqueto ni nada eso, lo mío eran las divisas como te digo.


Al otro día todos amanecidos teníamos programado un viajado para Puerto Asis. Como Zapato Morado no tomaba casi, pues estaba entero entonces no lo aplazamos. Alistamos la camioneta, la tanqueamos, cargamos los radios, se puso sus hijueputas zapatos morados y dejamos todo listo. En esas yo le dije al hombre que, de paso, dejara a mi hembrita ahí en el pueblo, pues como para optimizar recursos porque para algo estudié administración en la Javeriana.


- Ve Raul, necesito que me lleves a Lorena a Mondomo. La dejas y seguís, sin ponerte a mariquear que vos sabes que allá en cualquier momento les da por tomarse ese pueblo aunque no hay nada que llevarse. Me va avisando mijo y por la sombrita como siempre.


Zapato morado, extrañamente nervioso, me contestó: Tavo, mano, yo creo que mejor no. No quiero que me coja la noche por algún derrumbe, voy con el tiempo contado.


- Güevon! Anda y la dejas. Punto. Además cuál derrumbe si por allá ni montañas hay!


Arrancaron. Cuando salieron del Valle, me avisaron. Pasaron el primer peaje, y todo normal, aviso a la hora. Pero después, ese man dejó de contestar y se perdió. Que estrés que un negocio tan sencillo como llevar un carro viejo del punta A al punto B reúna gente con tanta mala suerte. Como yo no me iba a poner a esperar a que Carlos me llamara emputado, arranqué con dos trabajadores pal Cauca a buscar a Zapato Morado y, para mi suerte (creo), no nos demoramos nada.


El güevon ese estaba detenido en la estación de Santander de Quilichao porque a medio camino se puso todo calienturiento. Resulta que Zapato Morado no podía estar solo con una vieja porque se descontrolaba, y claro, andaba con el bizcocho de Lorena cuando por allá se le tiro encima dizque a comérsela. Mucho hijueputa atrevido. Igual yo necesitaba era mi camioneta verde con mi plata entera. Yo ya estaba endeudado pagando mi finquita.


- Buenas mi agente, ¿cómo le va? Vea, yo soy Dario, el abogado de Raul – Le dije al inspector de ese pueblo olvidado por Dios y por el Estado.


- Ah, ¿usted vino por el hijueputa violador ese? Vea, sino es por los del peaje que pillaron a esa vieja toda maltratada, yo no sé dónde estaríamos ahora. Pero cuénteme, en qué le puedo ayudar.


- Señor agente, yo le voy a ser sincero porque no tengo tiempo. A Raul se lo puede llevar para el carajo si quiere, pero yo necesito que me devuelvan la camioneta porque es que yo más que ser abogado de raul, soy abogado de la empresa, ¿si me entiende? Y pues nosotros mandamos la camioneta para un trasteo y nos están esperando.


- Cuál camioneta ni que hijueputa. Eso es evidencia mijo, es la escena del delito. Yo no se la voy a entregar así como así sin orden de un juez – me contesto el cínico ese cuando todos sabíamos que el juez más cercaba estaba a una hora de distancia y era sábado.


- Claro señor agente, usted tiene razón. Pero vea, hagamos una excepción en esta ocasión, yo fijo le traigo la orden del juez mañana y ahora mismo yo le colaboro con alguito, no sé qué piense – le dije mientras me metía la mano al bolsillo.


- ¿Alguito es qué güevon? Habla que acá estamos ocho policías y tengo un hambre que mejor dicho!


- Tengo un millón de pesos y ya. ¿Si o no?


- Pasa pues y cogé esa mogosa que me tenes apestado el parqueadero.


Resulta que los tombos esos ni se fijaron que la camionetica iba cargado de fajos de cincuenta mil. El güevon ese de Raul la cagó, pero comió callado y yo le dije que le pagaba el abogado pero que igual le tocaba pagar cana por atrevido porque pues Lorenita había que hacerla respetar. Cuatro años pagó ese man, le robaron los zapatos feos y creo que ahora es taxista.


Me devolví con la camioneta para Cali y mientras tanto me fui pensando quién me podía hacer un viajesito, porque igual solo necesitaba completar ese mientras me conseguía a otro chofer. Llegamos a la pesebrera y seguían tomando todo ese parche. Les eché el cuento de Zapato Morado y uno de los caballistas, todo borracho, me dijo que un montador era del Caquetá, que era nuevo pero que era fijo.


- Indio, vení pa’acá que necesito un favor – gritó el borracho mientras llegó corriendo, en efecto, un cholazo de tes color sobre de manila y botas pantaneras.


- Cuenteme patroncito – contesto el indio con timidez.


- Vea, le presento a Gustavo, vos vas a trabajar hoy para él que necesita llevar un carro a tu tierra.


- Ve indio – interrumpí al montador – esto es urgente, coge esa hijueputa camioneta y te la llevas para Puerto Asís, conoces? Allá va a estar un mompa en el parque principal esperándote en la tienda al lado de la iglesia, donde venden esas empanadas sabrosas. Se la entregas, esperas un rato por ahí en un chochal y luego te devolves cuando él te busque, ¿me entendiste?


- Aja, pero patrón, ¿y yo cómo voy ahí?


- Quinientos ya y quinientos cuando volvas pero te me vas ya marica.


- Ah bueno, patrón a la orden, mejor dicho, chao pues


Ahí arranco el indio y nunca lo volvimos a ver. El indio remalparido se desapareció, se me llevó quinientos palos y me tocó vender el apartamento, el carro y a Carlos casi lo mata un brasilero que dizque porque no le quería pagar una plata pero yo la verdad creo que fue porque Carlos se le mojaba la canoa. Mejor dicho, se me fue todo al carajo.


El indio hijueputa resultó ser de la guerrilla; quien lo veía todo bajito y güevon terminó siendo tremendo miliciano. Claro, el güevon ese vino a hacerle inteligencia a mi amigo para secuestrarlo pero con mi plata ya no hizo falta. El único que ganó, como siempre, fue el borracho.


¿Y la camioneta? La usaron para poner una bomba en un CAI por allá en una vereda.


@CardonaNL


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Esta historia hace parte de un grupo de lo que espero sean 10 crónicas y cuentos sobre la vida en el narco. Ojo, no del narco, en el narco. Porque una cosa es hablar de los traquetos y otra muy diferentes de las personas "de a pie" que terminaban involucradas de una u otra forma en este mundo violento y surreal.

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