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El poder del 2CB: Más allá del embale

Que nadie lo niegue. El 2CB llegó como una bomba al mundo psicotrópico colombiano y, al parecer, no parece irse prontamente. Ese polvo rosado (o azul o verde según la ociosidad y creatividad del cocinero) atrevido, costoso y pretencioso, ha acompañado las ñatas de muchos y muchas que viven por y para el embale. Sin embargo, y a diferencia de otras drogas, el 2CB no altera el rendimiento corporal lo suficiente como para considerarse un aditivo esencial para el aguante en la rumba, las largas jornadas de trabajo o relajar el sistema nervioso. No genera alucinaciones fuertes o introspecciones capaces de alterar el ego y el sentido de la vida del consumidor, ni mucho menos afecta el rendimiento sexual de aquellos que buscan explorar sus capacidades hedonistas.


Pero entonces, ¿en qué reside el éxito del 2CB? El arribismo, el exotismo y la guaracha son los pilares esenciales que sostiene el mundo rosado del primo gomelo del perico.

I

El elitismo, como actitud social y guía política, ha estado presente en la realidad colombiana desde que fuimos conquistados por las fuerzas evangelistas europeas. Las relaciones de poder y las distinciones sociales establecidas a través de elementos tan diversos y simples como la calidad estética del nombre de pila o la ubicación geográfica de la residencia de alguien; permiten distinguir aquellos que están en capacidad de dirigir el país y aquellos que están condenados a comprar su ropa en Herpo o algún metedero de los San Andresitos.


Es en este cuadro donde se reconoce que la estructura social jala, y duro. Nadie se hace rico de la noche a la mañana, ni nadie logra dejar de ser proletario o clase media solamente por gastarse su escueto sueldo en una noche de Old Parr y sushi tempura. Frente a la cruda, inmovible y reproductiva estructura queda la salida del arribismo como una actitud natural de supervivencia y misantropía de clase. El obrero uribista, la gomela comunista y el oficinista defensor de latifundios, son solo algunos ejemplos del ecosistema colombiano que dan cuenta de ciertas prácticas (inconscientes generalmente) cuyo fin es esencialmente hacer sentir al individuo que sus acciones y discursos lo convierten, temporalmente, en un miembro semi-oficial de una realidad ajena de la cual desearía hacer parte.


Este fenómeno no solo ha fundamentado el orden social o las posibilidades materiales de los coterráneos muiscas. También ha atravesado el orden íntimo de las drogas, la rumba y la economía criminal. Así como la cocaína fue identificada en su momento como el elixir laboral de los yuppies neoliberales, o el bazuco como el oscuro acompañante de quienes han caído en los oprobios de la calle; el tussi es hoy, más que nunca, la tarjeta de presentación que permite mostrar el estrato social de su consumidor (o por lo menos, del estrato al que desea pertenecer).


En este sentido, esa joven voluptuosa o ese joven con ropa de contrabando imitación Gucci, logran convertirse, por una noche, en ese alguien que desea ser reconocido por haber logrado pararse duro en la pirámide social. Acá, la imagen del traqueto o la bendecida aparecen como la combinación perfecta entre las capacidades adquisitivas de los ricos, con la dicharachería de la clase media y la rebeldía de la clase trabajadora.


Es por esto que sacar un gramo de tussi en plena rumba o “portar” tres colores, más que un acto de consumo, más que una posición política frente a la prohibición, es un ritual de posicionamiento. Ese momento, ese corto momento donde todos logran visibilizar al patrocinador de los pases, a la F de la noche, justifica gastar 120.000 pesos en una micro bolsa de polvo. Ese acto, es suficiente para olvidar el saldo pendiente con el Icetex, el futuro laboral incierto o las crisis familiares producto de las herencias inesperadas. Ese minuto es donde se deja de ser un güevón que anda en transporte público, para convertirse en un “caballo”, aquel que debe ser admirado por muchas y temido por otros.


No hay nada más refrescante para el alma luchadora y vacía, que el reconocimiento público como ese alguien respetado en las calles. Ese alguien que tiene acceso a las mejores bendecida, al saludo y al respaldo del personaje verdaderamente peligroso, o ese con la plata suficiente para ser derrochada en una sustancia rebajada con cafeína y anestésicos veterinarios. El tussi, se convierte pues, en la endeble escalera que nos saca de la pobreza mental y la exclusión social por medio de las inquietas narices.

II

Sin embargo, el arribismo no es por si solo la variable explicativa del éxito rotundo de este polvo rosado. Si fuera por eso, dos gramos de cocaína, una botella de Buchanas y un palco en el concierto de despecho, desplazarían rápidamente al tussi dado su costo.


Es acá donde se hace necesario introducir otro concepto. El exotismo es definido por el journal científico Wikipedia como la “actitud cultural de gusto por lo extranjero”. Para los grecorromanos, implicó introducir en sus dominios ciertas prácticas y bienes ajenos a su realidad, pero que llamaban su atención por su utilidad o su novedad estética. De ahí que la el cristianismo haya llegada de la periferia romana hacia su centro neurálgico.


Las drogas son, en sí mismas, un producto exótico. La mayoría de ellas tienen orígenes distantes y sus lugares de consumo son ajenos a sus lugares de producción. No obstante, la globalización ha hecho mutar este concepto, y hoy en Colombia lo exótico no es únicamente lo que llega del extranjero. Es ante todo lo diferente, lo escaso, lo llamativo, lo costoso.


Así mismo, toda droga puede ser exótica. Un bareto en papel color oro y con marihuana sour diésel puede ser clasificada rápidamente como exótica, así como, por mencionar otro ejemplo, un Popper sabor pollo frito. A pesar de esto, el 2CB siempre parecer ser exótico. Su costo, su color y el misticismo creado alrededor de él por el arribismo, lo convierten en una novedad inmediata, no importa cuánto tiempo pase ni quien lo siga consumiendo.


Posiblemente esta idea sea alimentada por el contexto en donde su consumo se ha propagado y donde sus adeptos se han mantenido fieles al tussi, a pesar de la oferta extendida de sustancias psicotrópicas. Acá vale la pena preguntarse, ¿qué sería del 2cb sin la guaracha?


III

La muy contemporánea y siempre esnobista revista Vice, y más precisamente su canal de música electrónica Thump, fueron los primeros medios en reconocer explícitamente la existencia del fenómeno de la guaracha. Hasta ese momento, el nuevo género de esencia colombiana no había sido discutido ni siquiera por los hípsters más atrevidos del mundo musical.


Sin embargo, y con cierto tufillo rolo-barbado-bicicleta-baum, estas revistas definieron este fenómeno como música de remate, cual residual de rumba cuya esencia se encuentra en los excluidos y la gente de mal gusto. Y puede ser que parcialmente sea así, pero el cuadro quedó incompleto y faltó, como puede esperarse, la relación de este género con la droga que ha ocupado las líneas de este escrito.


Pretender buscar un punto de inicio para la guaracha es una tarea difícil. A pesar de que trance ocupó las pistas de los noventas e inicios de los 2000, la identidad electrónica colombiana no era muy clara a pesar de las constantes visitas de algunos techneros, el auge del asqueroso EDM y uno que otro festival, como el Black & White, que permitió visibilizar el intereses de la clase media por encontrar ese punto medio entre lo bailable, lo colombiano y lo comercial.


No obstante, hace aproximadamente unos 4 años se ha venido formado con mucha más fuerza y color el género que hoy en día pone a bailar a las bendecidas, los taxistas y los gomelos de Spark GT por igual. La guaracha se ha convertido en el género electrónico colombiano por excelencia, y cada vez parece crecer más gracias a la aparición de varios DJs icónicos, las facilidades para la propagación en internet y los emprendedores que no han dejado fin de semana sin rumba privada o semi-pública.


Ahora bien, y a pesar de su cada vez más evidente éxito, hoy no es posible definir con certeza qué es la guaracha. Algunos, como Thump, se han atrevido por definirla como tribal-house. Otros, como el semidiós panderetoso de Fumaratto Ferroso, le han llamado en algunos sets como latin-house. La verdad es que este género parece ser la extraña mezcla entre house, tribal, EDM y algunos ritmos chibchas; con la único cierto que su identidad es tan colombiana como las cuentas de Soundcloud que la reproducen.


Después de esta breve reseña socio-histórica, es pertienente señalar que la aparición de la guaracha casi que se ha dado en el mismo lapso de tiempo que la llegada del tussi a las bolsas ziploc colombianas. ¿Coincidencia, destino o conspire?


La comprobación de este vínculo puede darse vía tres elementos. El primero de ellos es el empírico, es decir, apelando a los sentidos y la experiencia. Asistir a una rumba de guaracha es presenciar un bacanal romano donde el vino ha sido reemplazado por el tussi rebajado, mezclado y olfateado. Desde el DJ hasta el los encargados de la logística saben que, inevitablemente, la gente vino a la rumba a oler color hasta quedar tiesos. Solo con buscar un par de perfiles de Instagram, donde se suben videos random de rumbas random, se puede visibilizar algunas cabezas agachadas que parecen decirle un par de secretos a sus llaves.


El segundo elemento son algunos fenómenos culturales que han surgido en las redes sociales. El más conocido de ellos fue la popular nota de voz que convirtió el GPPTS (guaro, perico, Popper, tussi, sexo) en un grito de batalla. Esto llevó a que la iniciativa Échele Cabeza tuviera que salir a esclarecer públicamente de qué se trataba esa sustancia, la cual hasta el momento solo había sido reseñada como la “droga de elite” masificada por los últimos reductos del Cartel del Norte del Valle en cabeza de Chicho Urdinola. Por otro lado, algunas canciones del mismo género han sido nombradas tímidamente como 2cb introduciendo, en sus escasos vocales, referencias hacia ella.


Por último, el vínculo se constante por la conexión lógica entre los tres grandes elementos discutidos. El arribismo encontró su droga ideal al mismo tiempo que encontró el lugar donde se sentía más cómodo consumiéndola. Al ser la droga y el escenario una novedad, y al verse involucrados ciertos elementos de la cultura traqueta, el exotismo surgió naturalmente y con él una cadena de expresiones estéticas y culturales que siguen dándole forma a este fenómeno que le ha dado sentido a la identidad de muchos millenials provincianos.


Así que, como bien se dijo, el tussi llegó para quedarse. Posiblemente sea más sussi que tussi, dada la inconsistencia en su producción y la mutación de otras drogas en forma de 2CB por cuestiones comerciales. De cualquier forma, en el momento en que estas líneas sean leías, alguien esta rumbo a un zapateo con su nariz lista para exotiquear y voltajearse bien duro.


@CardonaNL


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